domingo, 21 de septiembre de 2008

Ideales.

De pronto suena su móvil, sacándola de sus ensoñaciones, llaman del hospital para decirla que acaban de ingresarle de urgencia. Siente que el mundo se hunde, que la vida se detiene y que las lágrimas acuden a sus ojos mientras la rabia y el odio se agolpan en su corazón. Se viste lo más rápido posible, coge las llaves y el móvil y acude todo lo rápido que puede al hospital. Allí la espera él, rodeado de médicos que temen por su estado, y sin pensárselo dos veces le abraza con todas sus fuerzas, infundiéndole todo el amor que corre por sus venas y sintiendo su dolor. Alguien la levanta, la lleva fuera y la sienta, es una enfermera que se presenta y le explica la situación, pero parece que ella no la escucha. La enfermera llama a un hombre que hay sentado algo más lejos, el cual ha presenciado lo ocurrido y procede a contarlo: “No me lo podía creer, le vi a él y me infundó respeto, no miedo, sino respeto porque defendía con su presencia unos ideales, pero no subestimaba a nadie. Al doblar la esquina se los encontró de frente, eran cuatro; llevaban las cabezas rapadas y en sus cazadoras lucían grandes esvásticas. Le tiraron al suelo y mientras dos le sujetaban, los otros le propinaban patadas por todo el cuerpo y la cara. No me dio tiempo a intervenir porque cuando iba a acercarme uno de ellos sacó un cuchillo, no era muy grande, pero sí afilado y lo clavó firmemente en su costado antes de salir todos corriendo. Le recogí y le traje aquí, lo siento”. Ella no vaciló, volvió a la habitación y lo besó en los labios, pero él seguía inconsciente. Recogió sus cosas y fue a casa. Al entrar corrió hacia el cuarto de baño y se rapó la cabeza, cogió la bomber y se puso las botas, esas que una vez juró no utilizar ya que pensaba que la palabra serviría de algo, pero ahora la realidad le ha demostrado que sin lucha activa se consiguen pocas cosas.
Cinco días después él sigue en el hospital, aunque su estado ha mejorado milagrosamente. Por fin decide enfrentarse a ella, intentar hacerla entrar en razón; se sientan y le pide que se quite esa ropa, que deje que le crezca el pelo porque le gustan las ondas con que cae por sus hombros, le gusta acariciarlo. No quiere reconocerlo pero está asustado, sabe lo que le han hecho y no teme por que se repita, teme por ella, por su guerrillera, la mujer de sus sueños, su compañera. Él ha salido del infierno por ella, por su amor, por su presencia y no quiere verla como él, pero parece que no se da cuenta, ella sólo tiene una palabra grabada a fuego en su mente, venganza. Tras una larga discusión intercalada con miles de caricias y cálidas miradas él se da por vencido, hoy no le quedan fuerzas para luchar, no contra ella, así que se resigna a darse la vuelta, intentando que ella no vea sus ojos. Pero ya es demasiado tarde, le ha visto y ahora busca su mirada, busca perderse en sus ojos y él se lo concede. Sólo una lágrima, una que corre por su rostro, sincera, transparente, cargada de amor y ansias de libertad, una lágrima que es interceptada a mitad de su recorrido por un beso inocente. Ella le mira, lo ha entendido, dejará las botas y la cazadora, quizá las queme, quemando así su deseo de vengarse, y se dedicará a él por completo. No hablan, no lo necesitan, con sólo una mirada se lo dicen todo y se funden el uno con el otro en un abrazo que rompería barreras y tiraría cualquier alambrada, pero ese ya no es el objetivo, aunque saben que en el fondo de sus corazones permanecerán sus ideales.