lunes, 23 de junio de 2008

Promesas incumplidas...

Una vez llegado el verano la gente con la que has compartido los mejores y peores momentos de todo tu invierno tiende a desaparecer manteniendo la promesa de seguir en contacto durante el verano. Yo, en parte inmune a dichas promesas, no tengo en cuenta que la gente no las cumpla porque, al igual que ellos, yo también cambio mi ritmo de vida, improvisando más de lo normal mis planes y decidiendo qué hacer cinco minutos antes de hacerlo.
Así como entiendo que no se cumplan estas promesas, me siento en cierto modo traicionada cuando, tras algún acontecimiento no deseado se produce la huida de la persona implicada en ello, a pesar de haber asegurado mil millones de veces que esa huída no se produciría jamás, alegando algo así como “tu me importas demasiado para ello” o “nada podría hacer que me alejara de ti”, o cualquiera de sus variantes. En este momento se produce la demostración de la gran valentía que invade a la persona desaparecida, aquella valentía demostrada en otras muchas ocasiones y que con una simple acción se ve derrumbada. Probablemente el escapar de mí no sea el motivo principal de haber desaparecido, o al menos esa será la explicación que yo reciba, lo se, pero eso no será suficiente para olvidar mi decepción, sino que el único logro será aumentarla. Puede que sea cierto, pero suena a excusa barata, como si no tuviera nada mejor que decir y es en ese momento cuando la decepción que yo siento ya no tiene vuelta atrás. Podrás volver a hablar con esa persona, volver al trato inicial, recuperar la amistad, o cualquier otro tipo de relación que tuvierais, ya que esa persona habrá olvidado lo que pasó, el periodo de ausencia en el que yo me sentía sola y abandonada. Sin embargo, por mucho que yo me esfuerce en volver a estar “igual que siempre” algo en mí estará alerta para que una nueva huida no me pille desprevenida, para estar preparada para su desaparición en cualquier momento, ya que tropezar dos veces con la misma piedra es algo que procuro evitar, aunque mi condición humana me lleve a ello una y otra vez.
Es posible que haya quién, al leer esto, se de por aludido, ya sea por haber desaparecido de mi vida, o de la de cualquier otro, y habrá quien habiendo desaparecido de mi vida piense que es absurdo, que no estoy haciendo más que un castillo a partir de un grano de arena. Y puede que quien piense de esta última forma esté en lo cierto, pero será desde su punto de vista, porque si estoy escribiendo esto es porque realmente lo siento, siento que las personas que creías simples sen realmente retorcidas y viceversa, que aquellos en los que confiabas plenamente decidan un día, sin consultarte, que ya no son necesarios, que pueden desaparecer sin más y que no lo echarás de menos...

*Y hablando con la luna me dijo que estuvo a punto de perder la ilusión, pero nunca su corazón de luna.*

jueves, 5 de junio de 2008

Un beso.

-Bella, abre los ojos –rogó con voz suave.
Y ahí estaba él, con el rostro demasiado cerca del mío. Su belleza aturdió mi mente... Era demasiada, un exceso al que no conseguía acostumbrarme.
Y volvió a tomar mi cabeza entre sus manos. No pude respirar.
Vaciló... No de la forma habitual, no de una forma humana, no de la manera en que un hombre podría vacilar antes de besar a una mujer para calibrar su reacción e intuir cómo le recibiría. Tal vez vacilaría para prolongar el momento, ese momento ideal previo, muchas veces mejor que el beso mismo.
Edward se detuvo vacilante para probarse a sí mismo y ver si era seguro, para cerciorarse de que aún mantenía bajo control su necesidad.
Entonces sus fríos labios de mármol presionaron muy suavemente los míos.
Para lo que ninguno de los dos estaba preparado era para mi respuesta.
La sangre me hervía bajo la piel quemándome los labios. Mi respiración se convirtió en un violento jadeo. Aferré su pelo con los dedos, atrayéndolo hacia mí, con los labios entreabiertos para respirar su aliento embriagador. Inmediatamente, sentí que sus labios se convertían en piedra. Sus manos gentilmente pero con fuerza, apartaron mi cara. Abrí los ojos y vi su expresión vigilante.
Sus ojos eran feroces y apretaba la mandíbula para controlarse, sin que todavía se descompusiera su perfecta expresión. Sostuvo mi rostro a escasos centímetros del suyo, aturdiéndome.
Intenté desasirme para concederle cierto espacio, pero sus manos no me permitieron alejarme más de un centímetro.
Mantuve la vista fija en sus ojos, contemplé como la excitación que lucía en ellos se sosegaba. Entonces me dedicó una sonrisa sorprendentemente traviesa.


Crepúsculo. Stephenie Meyer.